Su padre que tenía fama de sabio no cesaba de
decirle:
-No estás preparada para recorrer el camino
del amor. El amor es renuncia y así como regala, crucifica. Todavía eres muy
joven y a veces caprichosa, si buscas en el amor sólo la paz y el placer, no es
este el momento de casarte.
-Pero, padre, ¡sería tan feliz junto a él!,
que no me separaría ni un solo instante de su lado. Compartiríamos hasta el más
profundo de nuestros sueños.
Entonces el rey reflexionó y se dijo:
-Las prohibiciones hacen crecer el deseo y si
le prohíbo que se encuentre con su amado, su deseo por él crecerá desesperado.
Además los sabios dicen: “Cuando el amor os llegue, seguidlo, aunque sus senderos
son arduos y penosos”.
De modo que al fin le dijo a su hija:
-Hija mía, voy a someter a prueba tu amor por
ese joven. Vas a ser encerrada con él cuarenta días y cuarenta noches. Si al
final sigues queriéndote casar es que estás preparada y entonces tendrás mi
consentimiento.
La princesa, loca de alegría, aceptó la
prueba y abrazó a su padre. Todo marchó perfectamente los primeros días, pero
tras la excitación y la euforia no tardó en presentarse la rutina y el
aburrimiento.
Lo que al principio era música celestial para
la princesa se fue tornando ruido y así comenzó a vivir un extraño vaivén entre
el dolor y el placer, la alegría y la tristeza. Así, antes de que pasaran dos
semanas ya estaba suspirando por otro tipo de compañía, llegando a repudiar
todo lo dijera o hiciese su amante.
A las tres semanas estaba tan harta de aquel
hombre que chillaba y aporreaba la puerta de su recinto. Cuando al fin pudo
salir de allí, se echó en brazos de su padre agradecida de haberle librado de
aquel a quién había llegado a aborrecer.
Al tiempo, cuando la princesa recobró la
serenidad perdida, le dijo a su padre:
-Padre, háblame del matrimonio.
Y su padre, el rey, le dijo:
-Escucha lo que dicen los poetas de nuestro
reino:
“Dejad que en vuestra unión crezcan los
espacios.
Amaos el uno al otro, más no hagáis del amor
una prisión.
Llenaos mutuamente las copas, pero no bebáis
de la misma.
Compartid vuestro pan, más no comáis del
mismo trozo.
Y permaneced juntos, más no demasiados
juntos,
pues ni el roble ni el ciprés, crecen uno a
la sombra del otro”.